Texto: Ariadna Ortega
En Costa Rica, dice César Alvarado, se registran cerca de 20 sismos al día. Pero a sus 37 años, el bailarín no conocía la palabra “cuartear”, que alude a las grietas que se abren en las paredes de los edificios después de un movimiento fuerte de la tierra, ni tampoco sabía qué era un ‘topo’, esos especialistas que se adentran en inmuebles colapsados con el afán de rescatar sobrevivientes.
César se familiarizó con ambos términos el pasado 19 de septiembre, cuando también escuchó por primera vez del terremoto de 1985 y vio cómo los capitalinos vivían el déjà vu de aquella tragedia que acabó con miles de vidas en la Ciudad de México.
Aun así, no dudó para ingresar por un túnel de no más de un metro de ancho para buscar sobrevivientes bajo las ruinas del Colegio Enrique Rébsamen, uno de los 38 inmuebles siniestrados la semana pasada y donde murieron 26 personas.
Eran las 11:10 horas del jueves, casi dos días después del temblor, cuando César entró a los escombros de la escuela. Siguiendo las pistas que arrojaba un escáner térmico, estaba convencido de que se encontraba a pocos metros de un niño, una mujer o un hombre, y anhelaba hallar a esa persona con vida.
“Mis hermanas me dieron mucho apoyo. Una de ellas dijo ‘mi hermano es un héroe’, cuando yo creo en realidad que aquí en México los héroes son miles que han ayudado desde que ocurrió el temblor”, cuenta a César a Expansión.
César se hospedaba en un departamento de la colonia Del Valle. Después del siniestro, comenzó a ayudar.
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El martes 19 de septiembre, a las 13:14 horas, un sismo de 7.1 grados sorprendió al centro y al sur de México. En la capital, las noticias sobre edificios derrumbados comenzaron a fluir. La incredulidad, el miedo y la histeria se mezclaron con los desplomes y el polvo, lo mismo en las colonias Condesa y Roma que en la Del Valle, la Portales, Coapa y Xochimilco.
A los 31 minutos, el presidente Enrique Peña Nieto activó el Plan MX y llamó a una reunión de emergencia para evaluar la situación. Para entonces, en algunas empresas ya se habían suspendido labores y los ciudadanos buscaban a sus familiares y amigos.
En esos momentos, César ya se encontraba en la calle, a tres cuadras de uno de los derrumbes de la Del Valle. Poco después del sismo había salido del departamento donde se hospedaba y caminaba en medio de nubes de tierra, hasta que se encontró con un edificio colapsado. Sin pensarlo, comenzó a cargar y retirar cascajo.
A esa hora, imágenes y videos de lo sucedido ya recorrían el mundo y empezaba a moverse la ayuda internacional, que durante los días siguientes se traduciría en la llegada de brigadas de rescatistas de Colombia, Israel, Ecuador, Alemania y Japón, entre otros países.
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César nació en San José, la capital de Costa Rica, en 1980, cinco años antes del terremoto del 85. Estudió Danza en una de las escuelas de arte más prestigiosas del país centroamericano, el Conservatorio El Barco, y ha viajado por el mundo compartiendo lo que más le gusta hacer.
El #19S le tocó durante una gira por México y, apenas un día después del sismo, despertó con la idea de ir a Xochimilco porque escuchó que la situación allá era grave.
Con un grupo de amigos cirqueros y bailarines emprendió su marcha al poblado de San Gregorio, pero decidieron retroceder ante la imposibilidad de llegar. Entonces, se enteraron de que se necesitaba equipo para escalar en Coapa y acudieron al llamado. En la zona, terminaron en lo que fue el Colegio Enrique Rébsamen. Comenzaron a auxiliar, el tiempo corrió muy rápido y de pronto eran las 23:00 horas.
César estaba en la primera línea. Escuchó a un rescatista decir que él ya no cabía por el túnel que se había habilitado y, debido a su complexión y preparación física, el costarricense pensó que él podría entrar por ese hueco.
Entendiendo el riesgo —otro temblor, un mal movimiento, un desplome—, se ofreció a ingresar. Se armó de valor y, antes de aventurarse en los escombros, envió un video a su familia para explicarle la situación, y se despidió de sus cuatro hermanas y su mamá.
“Yo pensé que me iban a decir que no lo hiciera, pero al contrario, recibí mucho apoyo (…) Me desearon lo mejor y me dijeron que se sentían orgullosas de mí”, dice.
Junto con otras personas, César ayudó en la Del Valle y el Colegio Enrique Rébsamen.
Horas después de esa despedida, comenzó a amanecer. Sin éxito, César intentó dormir 20 minutos. Se mentalizó sobre lo que iba a hacer y decidió no comer nada por la incertidumbre de lo que podría pasar cuando estuviera adentro.
Hacia las 9:00 horas recibió el llamado pero ingresó hasta las 11:10, según el registro que le escribieron en el antebrazo, junto con su nombre, su edad y su tipo de sangre. Dentro, el hombre de 1.64 metros de altura y 53 kilos de peso comenzó a cavar con un mazo y un cincel, únicas herramientas con las que los rescatistas pasan a este tipo de espacios.
El sensor térmico marcaba lecturas de 24-31-32, lo que indica una alta probabilidad de calor humano. Él se iba acercando a lo que pensaba que era un clóset donde podría hallar a alguien, mientras en otro túnel cercano un marino seguía las mismas señales de vida. Tenían sólo 20 minutos para trabajar y los volvían a sacar, y así pasaron casi seis horas de labor confinada.
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A las 16:50 horas, una orden militar les indicó que ya habían pasado muchas horas sin que tuvieran éxito. Tendrían que salir del túnel sin poder volver a ingresar. Ya afuera, César escuchó que maquinaria entraría a la zona, lo que le causó frustración.
“La parte más fuerte para mí fue cuando llegué en la noche a la casa —cerca de las 11:00 PM— y supe que no habían metido máquina. Pensar que pasó un día más de esa respuesta que tuvimos ahí… (Si hubiéramos seguido) tal vez ya estaría (esa persona) respirando en una camilla de hospital”, dice César.
“Me enfrento a un muro que no entiendo”, señala el ‘tico’, al detallar que, como en su país no hay Ejército, no comprende cómo una orden puede más que la voluntad.
“Es muy irónico pensar que sí podemos ir abriendo muros de concreto y hay uno, que es un muro verbal, que no se puede traspasar”, agrega.
Ese día, César se convirtió en un ‘topo’ y así se presentó en otras zonas de desastre. Lo hizo en el Multifamiliar de Tlalpan, del que 18 personas fueron rescatadas con vida y se recuperó un total de nueve cuerpos, y también en la Del Valle, donde al menos cuatro edificios cayeron.
El domingo, cerca de las 4:00 AM, llegó al centro de voluntarios de Heriberto Frías y División del Norte, donde repitió la fórmula. “Soy ‘topo’”, dijo a uno de los hombres que controlaban el acceso de voluntarios a la ‘zona cero’ próxima, quien se le acercó y la susurró: “Parece que hay sobrevivientes, no te muevas de aquí, por si te llamo”.
Con el curso intensivo que había tomado, César comenzó a prepararse. Se colocó el casco y las cuerdas y con un plumón se remarcó en el antebrazo su nombre, edad y tipo sanguíneo. Sin esperar el llamado, empezó a caminar hacia los inmuebles colapsados, de nuevo en busca de vida.
Una semana después del sismo, el saldo acumula 337 muertos —198 de ellos en la capital—, miles de damnificados, daños materiales estimados en miles de millones de pesos y frecuentes episodios de estrés postraumático. Sin embargo, dicho saldo también incluye las historias de quienes, como César, se arriesgaron para salvar a otros.