Cientos de capitalinos que habitan, trabajan o transitan por las zonas más golpeadas por el sismo del 19 de septiembre intentan paulatinamente regresar a la normalidad. A los damnificados les es más difícil.

Roberto Cisneros
FOTOS: Jesús Almazán

A un mes del sismo del 19 de septiembre, la calma no ha llegado a la Ciudad de México. Cientos de capitalinos viven entre la preocupación por las labores de demolición de los edificios dañados y la incertidumbre sobre cómo se hará la reconstrucción de sus viviendas, así como de los espacios que eran sus fuentes de empleo.

Los edificios que quedaron maltrechos por el temblor de 7.1 grados son ‘epicentro’ de relatos de temor y desesperación de los vecinos y dependientes económicos de las colonias afectadas, que con los días se convierten en enojo ante la percepción de que la reacción de los gobernantes es lenta e insuficiente.

Los recuentos preliminares señalan que en la capital al menos 2,273 viviendas resultaron con daño total, en tanto que 452,939 negocios (16% del total) reportaron alguna afectación.

Cientos de edificios quedaron al borde del colapso y causan una situación de riesgo. Sin embargo, las autoridades iniciarán con la demolición de solo 13 cuyos expedientes legales ya están listos.

El Gobierno de la Ciudad de México ya estableció una lista de prioridades de demolición, donde los expedientes legales sustentan los derribos por motivos de seguridad, pero todavía ni la administración local ni las autoridades federales han anunciado programas concretos para la reconstrucción de viviendas en la capital; únicamente han ofrecido esquemas de financiamiento y facilidades en permisos y autorizaciones.

Así, en medio de la desinformación, y mientras se sienten excluidos de la toma de decisiones sobre cómo ejecutar esta etapa clave, los damnificados albergan la esperanza de que las primeras demoliciones marquen el inicio de su regreso a una normalidad que, a un mes del terremoto, aún parece lejana.

Para quienes Coapa no es como lo pintan

La historia de Coapa —en el sur de la Ciudad, entre las delegaciones Tlalpan y Coyoacán— puede resumirse en la urbanización acelerada de la que fue una comunidad rural, a partir de la necesidad de albergar a los visitantes de los Juegos Olímpicos del 68.

Dicho proceso transformó la zona en una altamente comercial. Dos símbolos de esto son la megaplaza de Galerías Coapa y el bazar de Pericoapa, donde los daños que dejó el #19s dan paso a un ambiente de desolación que contrasta con la intensa actividad que los caracterizaba.

La derrama económica que dejaba el área comercial de Coapa quedó reducida a mínimos tras los recientes sismos.

El sismo de hace un mes dejó a la emblemática avenida Miramontes convertida en una línea continua de condominios de seis pisos desalojados y establecimientos abandonados o con mínima actividad.

Quienes habitaban los desarrollos horizontales ahora esperan la solidaridad para dejar las guardias en las banquetas y el estacionamiento de la tienda de autoservicio frente al que fue su hogar por más de tres décadas. También anhelan dejar de estar “arrimados” en las casas de sus familiares.

Amaury Olvera, cuyos 29 años ha vivido en Canal de Miramontes 3010, se considera afortunado de haber sobrevivido, igual que el resto de sus vecinos, aunque el edificio no corrió con suerte.

En el corredor de esta avenida que va de la Alameda del Sur a la Calzada del Hueso sobresalen tres ‘focos rojos’ de destrucción: Galerías Coapa, que se encuentra cercada por vallas; el derrumbe de la plaza de la Ferretería Sekiguchi de Calzada del Hueso, y el edificio de Amaury, un conjunto de cinco pisos cuya fachada de ladrillos cafés quedó llena de boquetes. De ellos asoman libros, muebles, ropa y hasta una cuna y un móvil para bebés, “cosas importantes, que significan algo”, pero que no pudieron rescatar.

El inmueble se mantuvo en pie, aunque es como si se hubiera caído, porque por seguridad sus habitantes no pueden sacar ni uno solo de sus bienes; peor aún, quedó recargado en el edificio de al lado, el del número 3004, poniendo en riesgo a todo el vecindario.

Una joven pareja recientemente llegada a Miramontes 3010 vio truncados sus sueños luego de que el edificio quedó inhabitable.

Amaury reprocha que no hay recursos del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) para su familia ni sus vecinos, debido a que la zona que habitan es considerada como residencial —aunque su edificio está catalogado como de interés social y fue construido previo a la explosión de plusvalía de la colonia—. Por otra parte, tampoco se trata de personas con suficientes recursos para edificar por cuenta propia.

“Todas estas familias no tenemos ningún apoyo de ningún tipo. Se habla sobre Oaxaca, sobre Chiapas, entendemos que hay personas en el estrato de pobreza extrema, y obviamente se les tiene que llevar los recursos. En nuestro caso estamos jodidos”, dice a Expansión en la carpa montada frente al que fuera su patrimonio, y que es el nuevo espacio de convivencia que comparte junto con los representantes de una docena de familias.

Botellas de agua, botanas, cobijas, libros para niños y las agujas de tejer hacen más llevadera la vigilia.

Amaury Olvera perdió su hogar y su trabajo el 19 de septiembre. Un mes después, sigue viviendo en la incertidumbre.

La crisis se agrava para quienes, como Amaury, también perdieron su empleo. El edificio que albergaba la agencia en la que trabajaba, relata, quedó inutilizable, y por si fuera poco, entre sus pertenencias que quedaron atrapadas en Miramontes 3010 está su computadora, con la que podría ejercer su profesión de diseñador gráfico.

“Dime si no es pobreza extrema el hecho de no tener casa y herramientas para salir adelante. Si no es por familiares, estamos todos aquí en la calle”, afirma.

“La gente tiene la capacidad de seguir con su vida; a nosotros, el Estado no nos da la capacidad de seguir con la nuestra”, dice.

Suburbio sitiado

La paz suburbana de la zona residencial de Paseos de Taxqueña está interrumpida por el inminente derrumbe de la mole de nueve pisos (más el de cuartos de servicio) de Paseo del Río 10. Las calles cerradas alrededor de esta torre de departamentos son causa y efecto de la imposibilidad de superar la emergencia e intentar retornar a la cotidianidad.

El riesgo de que colapse este edificio —que se recarga en el inmueble contiguo— tiene en vilo a los habitantes de otros cinco condominios, quienes montan guardia día y noche para resguardar su patrimonio. Un vidrio pende de un balcón como advertencia y evidencia de la afectación a la torre; los vecinos temen que una réplica, el viento o incluso las palomas que vuelan alrededor causen una desgracia.

Los vecinos de Paseo del Río 10 especulan con temor si el edificio resistiría una réplica sísmica, y si no hacia dónde se derrumbaría.

Lourdes Guerra ha vivido cerca de 30 años en el vecino número 6 de la misma calle, un edificio de balcones, fachada naranja y tejas cafés. Mientras habla de su situación, una persona, inconforme con el cierre vial, irrumpe en la tranquilidad de la guardia e increpa a los campistas y a los dos policías asignados a la labor de resguardar la manzana.

“Hacemos un llamado a las autoridades para que nos protejan, nos auxilien, porque nos sentimos desamparados (...) No podemos dejar pasar a la gente, y la gente se siente agredida por nosotros”, explica en una especie de módulo de observación instalado en las calles cerradas, donde representantes de las 120 familias afectadas se turnan para custodiar.

Los habitantes de los condominios aledaños fueron desalojados, y ahora pasan día y noche custodiando sus pertenencias, pero sus vecinos están perdiendo la paciencia.

Aunque Paseos del Río 10 también está en las prioridades de demolición, los vecinos aún no son informados sobre cómo será; les dijeron que iban a pasar “de dos a seis meses en el proceso”, e ignoran el resto.

Además de los vecinos laterales, el edificio detrás del de Paseos del Río 10 también corre riesgos y fue desalojado. Ahí la circulación sí está abierta, y solo patrulla una agente. Las 16 familias que habitan este edificio de cuatro pisos tampoco podrán por ahora regresar a su rutina, frente al puente de los patos del Río Churubusco.

La gris Zona Rosa

Igualmente necesitada de ayuda está la Juárez, una de las colonias de la ciudad con mayor vida nocturna. Considerada el barrio gay de la capital de la República, la Zona Rosa —bautizada así por el artista plástico José Luis Cuevas— actualmente está atrapada entre obras de repavimentación y la inactividad que irradia el edificio de Génova 33.

Este inmueble, irónicamente, albergó a la primera discoteca de la capital (el Sergio’s Le Club), y 50 años después el daño en sus icónicos 10 pisos de ventanas arqueadas es un peligro que mantiene cerrada una cuadra de esta calle peatonal —remodelada hacía apenas dos meses—, y con ella a media docena de bares.

La calle peatonal de Génova estrenaba remodelación antes de que los daños que dejó el sismo la convirtieran en una trampa.

Trabajadores del gobierno capitalino ya iniciaron las exploraciones en el interior para determinar la mejor manera de iniciar el desmantelamiento de los pisos superiores, así como para retirar algo del mobiliario de las oficinas que estuvieron en este sitio; así ocurrió con la sala de prensa del Consejo Mundial de Boxeo, en el quinto piso.

El día de hoy logramos recuperar nuestro escritorio WBC de #genova33 quedando así ya únicamente el recuerdo ante inminente demolición
(Foto: Twitter Mauricio Sulaiman)

A unos cuantos metros, el edificio de siete pisos de Hamburgo 112 —otro enlistado en las prioridades de derribo— tiene el mismo efecto desolador. Lo delicado de su estado mantiene cerrada, a la derecha, la Plaza La Rosa, un centro comercial con decenas de negocios de prestigiosas marcas, y a la izquierda otro inmueble de cuatro pisos de oficinas y locales en la planta baja.

Por si la desolación de Génova no fuera suficiente, pesa sobre la Zona Rosa la inminente demolición de Hamburgo 112.

La paciencia se agota para los comerciantes aledaños, quienes coinciden en reportar bajas en sus ventas de cerca de 70%. Su queja se expresa en las mantas que tapizan la manzana: “¿Hasta cuándo?”, “Demolición inmediata”, “Estamos secuestrados”, “Urge una solución”, “¿Cuándo actuarán?”, “Muchos mexicanos damnificados, ahora cuántos más desempleados?”.

“Dependen, entre Génova y Hamburgo, más de 100 negocios y eso representa más de 1,200 empleos”, informa vía telefónica el presidente de la Asociación de Comerciantes de la Zona Rosa, Jorge Pascual.

Los negocios están paralizados alrededor de los edificios maltrechos, lo cual se suma a las obras de repavimentación.

Lupita Ochoa, administradora de La Marchela, explica que las ventas de este bar se han recuperado, aunque en parte producto de que absorbieron a la clientela de sus vecinos cerrados. Aunque invita a acudir a los lugares que ya fueron verificados como seguros, reconoce que el estado de Génova 33 es tan “impresionante” que ni ella misma —que lleva décadas en la Zona Rosa— se atrevería a pasar por ahí.

“La gente está atemorizada, y es normal, de que se fuera a desplomar el edificio”, menciona, al recordar que los mismos vecinos temieron que las ruinas se terminaran de desplomar en la réplica del sábado 23 de septiembre.

Lupita Ochoa presume haber vivido los días dorados de la Zona Rosa; hoy lamenta que la colonia esté en su época más negra.

Los empleados indirectos de la fiesta también sufren. “Pasaron 15 días para que la gente quisiera volver a festejar algo”, comenta Aarón, quien reparte volantes del restobar B1 frente al edificio de Génova 33.

La recuperación de las áreas comerciales es otro asunto que depende de concretar las demoliciones.

“El edificio de Génova 33 nada más no lo demuelen, y la gente pues no pasa”, dice Mario Alfonso, mientras limpia el piso de la sexshop de Hamburgo donde es empleado.

Ni trabajando horas extra se puede compensar la crisis por la que atraviesa la Zona Rosa, comenta Mario Alfonso, a quien incluso le han retrasado los pagos.

Pese a que los clientes llegan a cuentagotas, Adrián, empleado de Pizza Pazza —popular entre los asistentes a los bares—, es optimista. “Yo digo que sí se va a recuperar. Nada más que se apuren”, afirma.