Foto Jesús Almazán

Por Aminetth Sánchez y Puri Lucena

Durante los últimos 30 años, Hilda Palacios y Víctor Manuel Zavaleta realizaron la misma rutina cada día: llegaban a las 7:00 de la mañana a la calle Simón Bolívar, en la colonia Obrera, para instalar su negocio. Mientras el sol terminaba de salir, la pareja colocaba una lona, armaba una mesa y sobre ella distribuía la mercancía que vendía a oficinistas, vecinos y comerciantes: sandwiches, tortas, paletas, chocolates, cigarros, chicles, refrescos y agua. Luego de 11 horas de venta, recogían y volvían a su casa.

El martes 19 de septiembre hicieron el mismo ritual matutino, pero a la 1:14 de la tarde la rutina se fracturó. Un sismo de 7.1 grados sacudió la Ciudad de México -y otros seis estados del país- y terminó con la solvencia económica de Palacios y Zavaleta. “La calle parecía que se iba a abrir y los edificios se movían de un lado a otro”, describe Palacios, de 60 años. Desde aquel momento, las ventas, las ganancias y el número de clientes se vinieron abajo.

Los ingresos adicionales que la pareja tenía desaparecieron. El sismo derrumbó el edificio de Simón Bolívar 168, donde Palacios trabajaba algunos días como ayudante de limpieza y le pagaban 300 pesos. Del inmueble de cuatro pisos, ubicado a un costado del negocio de dulces, sólo quedaron escombros. Quince personas murieron ahí, según la Secretaría del Trabajo de la capital.

"Estamos en shock porque conocíamos a esas personas, les despachábamos y eran buena onda", dice Palacios. "Algunos de nuestros principales clientes estaban en ese edificio". Desde entonces, la rutina no es igual para la pareja, que en el sismo de 1985 también perdió su local de comida en la calle Lucas Alamán número 39. La estrategia, dice Zavaleta, es tratar de no pensar tanto en las personas que fallecieron y esperar a que la zona se reactive para recuperar sus ingresos, porque no tienen planes de instalarse en otra área de la ciudad.

Foto: Cuartoscuro / Galo Cabañas

Volver a empezar

El departamento 501 de la calle Atlixco número 118, en la colonia Condesa, no sólo fue el hogar de Rufina Hernández, también fue su lugar de trabajo durante 25 años. Hasta el 19 de septiembre pasado, la mujer de 53 años trabajaba como empleada doméstica y vivía ahí con su hija de 17 años. Pero el sismo destruyó su vivienda y su fuente de empleo.

A la 1:14 de la tarde de aquel martes, Hernández se alistaba para ir al mercado de la colonia. “Iba saliendo para comprar la carne que usaría en la comida, pero me regresé a cerrar la ventana del baño”, recuerda. Ni siquiera lo logró, antes de abrir la puerta sintió que el suelo se movía. “Pensé que era un mareo, pero no, era el temblor”, dice.

A partir de ese momento, lo que recuerda son fragmentos del techo viniéndose abajo, trozos de paredes desprendiéndose, azulejos cayendo, vidrios rompiéndose y gritos de ella pidiéndole a la señora que la contrató que salieran del departamento. Con ayuda de un vecino, Hernández y su empleadora, de 86 años, lograron salir ilesas del edificio.

Hoy, el departamento está vacío. Los representantes de Protección Civil les recomendaron no volver a ingresar al inmueble. Hernández y su hija se fueron a vivir a casa de su hermana en la colonia Agrícola Oriental, de donde salen diario a las 4:40 de la mañana para llegar a tiempo a la preparatoria. Y su empleadora viajó a Estados Unidos para permanecer allá mientras arreglan la vivienda.

“Nos dijeron que en seis a ocho meses van a arreglarlo, pero mientras pasa estoy buscando trabajo porque tengo gastos por la escuela de mi hija”, cuenta Hernández, quien ganaba 2,000 pesos a la semana. “Mantengo el contacto con la señora y la extraño mucho. Si se arregla el departamento y ella vuelve, yo estaré ahí, porque es como mi mamá”.

Foto: Diego Alvarez

Perder la casa y el trabajo en un minuto

Mariana tiene 50 años y la mitad de su vida la ha pasado en la colonia del Valle. Hasta el 19 de septiembre. Ese día no solo perdió su trabajo, también su hogar. Trabajaba como conserje en el edificio de la calle Edimburgo, que se desplomó tras el sismo.

“Aún no me creo que esto haya pasado”, señala Mariana, quien vivía en el inmueble con su familia. “Empezó a moverse todo y yo pensaba que me iba a quedar ahí. Me caí porque no se podía caminar, porque temblaba el edificio. Estaba sola en ese momento, gracias a dios mi familia había salido a trabajar”, explica.

La primera noche tras el sismo, Mariana y su familia durmieron en la banqueta, con los vecinos del edificio. Al día siguiente, una amiga los acogió en su casa, donde siguen viviendo. “No estamos lejos y nos permite estar al pendiente”, afirma.

Porque Mariana continúa acudiendo a la calle Edimburgo. Las autoridades de protección civil les dan siete minutos a cada vecino para sacar algunas de sus cosas. Así, ha podido recuperar su televisión, un horno, ropa y documentación. “Nos dan permiso para sacar algunas cositas. Estamos sacando de poco a poquito, porque Protección Civil no permite que entremos todos de un golpe”.

Las autoridades habían anunciado que los trabajos de demolición iniciarían esta semana, pero aún no comienzan y todavía hay vecinos que quieren sacar sus cosas.

Mariana aún piensa en lo que ocurrió hace un mes y le parece un sueño en el que perdió su casa y su trabajo, pero no la vida ni la de su familia. “Todavía no busco trabajo, aún estoy como en shock. Esta semana me habló una amiga y me dijo que a lo mejor me podría conseguir algún trabajo. Eso me da mucho ánimo”, afirma.